domingo, 17 de junio de 2012

CAPÍTULO 16.




Dios castiga

16 1No desees hijos guapos y sin provecho
ni te alegres de hijos que sean malvados;
2aunque prosperen, no goces con ellos
si no respetan al Señor;
3no esperes que vivan mucho ni confíes en su desenlace,
porque no tendrán buena descendencia;
un cumplidor del deber vale más que mil
y más vale morir estéril que tener descendientes arrogantes.
4Uno solo y estéril, si respeta al Señor, puebla una ciudad;
una turba de bandidos la deja desierta.
5Muchas cosas de ese género han visto mis ojos
y muchas más ha escuchado mi oído.
6Por culpa de los malvados se encendió el fuego
y ardió la cólera contra una banda de malvados;
7no perdonó a los gigantes de antaño,
que se rebelaron en otro tiempo con su fuerza;
8no perdonó a los vecinos de Lot
que se pervirtieron por su arrogancia;
9no perdonó al pueblo proscrito,
que fue desposeído por sus crímenes,
10ni a los seiscientos mil soldados
que fueron aniquilados por su arrogancia.
11Y aunque no haya más que uno de dura cerviz
si escapa impune, será por milagro.
Porque él tiene compasión y cólera, absuelve y perdona,
pero descarga su ira sobre los malvados;
12tan grande como su compasión es su escarmiento,
y juzga a cada uno según sus obras.
13No deja escapar al malvado con su presa
ni deja sin cumplir los deseos del justo.
14El que hace limosna tendrá recompensa,
cada uno recibirá según sus obras.
15EI Señor endureció el corazón del Faraón
-que no lo quiso reconocer-
para manifestar sus obras bajo el cielo.
16Todas las criaturas conocen su compasión,
su luz y su alabanza son la porción de los hombres.  

Dios ve
(Eclo 23,18-20) 
 

17No digas: «Me esconderé de Dios,
¿quién se acordará de mí en lo alto?
Entre tanta gente no me distinguirán,
¿quién soy yo en la anchura del mundo?»
18Mira: los cielos, el último cielo,
tierra y océano
cuando él baja, se ponen en pie
tiemblan cuando se presenta;
19las raíces de los montes, los cimientos del orbe
se echan a temblar cuando los mira Dios.
2O«En mí no se fijará
ni hará caso de mi conducta;
21si peco, nadie me verá;
si miento a escondidas, ¿quién se enterará?
22¿Quién le informa de una buena acción,
qué puedo esperar de cumplir mi deber?»
23Gente falta de juicio piensa así,
el hombre engañado razona de ese modo.  

Dios creador
(Gn 1; Eclo 43) 
 

24Escuchadme y aprended sabiduría,
prestad atención a mis palabras,
25voy a exponer con ponderación mi pensamiento
y con modestia mi doctrina.
26Cuando al principio creó Dios sus obras
y las hizo existir, les asignó sus funciones;
27determinó para siempre su actividad
y sus dominios por todas las edades;
no desfallecen ni se cansan ni faltan a su obligación.
28Ninguna estorba a su compañera,
nunca desobedecen las órdenes de Dios.
29Después el Señor se fijó en la tierra
y la colmó de sus bienes;
30cubrió su faz con toda clase de vivientes,
que han de volver a ella. 
 

16,1 Prov 17,21.
16,1-16 Después de explicar el origen del pecado como acción del hombre en presencia de Dios, el autor expone sus efectos, desarrollando el tema del castigo, ya apuntado. Refuta la falsa esperanza puesta en los hijos (1-5), ilustra su enseñanza con ejemplos del AT (6-11 a), termina con una reflexión general (11 b-16).
16,1-5 El comienzo es inesperado. La fecundidad era, con la vida larga, una de las grandes bendiciones de Dios: el hombre prolonga su vida en la tierra y después de ella se prolonga en sus descendientes. Adán y Eva, expulsados del paraíso, conservaron la bendición de la fecundidad como chispa divina: cfr. Gn 4,1. El pecado puede malograr dicha bendición: los hijos se malogran, afligiendo y castigando al padre, o se quedan sin descendencia, interrumpiendo la continuidad de la familia. La garantía de la bendición divina es "respetar al Señor"; su contrario es la "arrogancia".
16,3 El texto parece recargado con explicaciones. Sab 3,13-4,6 expone la relación entre esterilidad y virtud, fecundidad y vicio.
16,4 Creo que se refiere a "bandidos" internos.
16,5 Se presenta como testigo: adonde no llega su experiencia, apela a la tradición. Con este verso introduce la estrofa siguiente.
16,6 Puede referirse al motín del pueblo: Nm 11,1-3; o al motín de Córaj, Datán y Abirán: Nm 16; Sal 106,16-18.
16,7 Los gigantes aniquilados en el diluvio: Gn 6,4; Bar 3,26s.
16,8 El castigo ejemplar de la Pentápolis: Gn 19; Ez 16,49.
16,9 Los cananeos habitantes de Palestina: Gn 15,16; Jos 4-10.
16,10 La rebelión del pueblo: Nm 13-14.
16,11 "Dura cerviz" se suele decir del pueblo: Ex 32,9; 33,3.5; 34,9; Dt 9,6.13.
16,11 b-16 Desarrolla el tema de la retribución de buenos y malos.
16,11 b Fórmula lapidaria, recargada por un hemistiquio adventicio. La compasión y el perdón desequilibran la balanza de una justicia retributiva: compárese con Sal 103,10.
16,12 Según Ex 34,6-7 y paralelos, la compasión es mayor y más duradera, pero tiene un tiempo. Mientras dura éste, el escarmiento es saludable y expresa compasión; pasado el tiempo, el juicio es definitivo y el escarmiento es castigo.
16,13 La "presa" da a entender que el pecado es de injusticia: presa del malvado es el pobre inocente: Lv 19,13; Sal 37,12.32.
16,14 A la injusticia se opone la "limosna": Sal 37,21; Is 58,8s.
16,15-16 Parecen adición posterior. Los versos son demasiado largos, el Faraón está fuera de su sitio. Sin embargo, el último verso ofrece un final positivo acertado. Aunque todas las criaturas reciben favores de Dios, sólo el hombre puede reconocerlo y alabar la bondad de Dios. La luz reservada a los hombres es símbolo de una plenitud de bienes.
16,17 La fórmula inicial, introduciendo una objeción, nos recuerda que empalma con 15,11, sobre el origen del pecado. El pecado es responsabilidad del hombre (15,11-20) y Dios lo castiga (16,1-16). El hombre objeta: "Dios no lo ve" (contra 15,18s). La objeción es típica de los impíos: Sal 64,7; 73,11; 94,7 etc. El último hemistiquio está recargado en hebreo (por conflación).
16,18-19 Cielo y tierra se ponen en pie como testigos notariales de la teofanía: Dt 32,1; Is 1,2; Sal 50,4. A ellos añade Ben Sira el océano (subterráneo). Otro gesto es el temblor como reacción a la presencia del soberano: Jl 2,10; Sal 77,19 etc.
16,20-21 Aplicado al adulterio: 23,18s.
16,22 La objeción se agudiza cuando pasa al terreno del bien obrar, y es consecuencia lógica. Si Dios no se fija en el pecado, tampoco en la virtud, y entonces ésta no tiene valor. Es el problema del salmo 73; cfr. Job 35,7.
16,23 La respuesta final es como una excomunicación sapiencial: compárese con Sab 2,1.21.
16,24-18,14 Amplia exposición sobre la conducta de Dios con los hombres. Continúa orgánicamente la exposición precedente, dejando el puesto central a la actividad creadora de Dios. Un exordio formal confiere solemnidad al tratado (16,24-25); comienza por la creación de cielo, tierra y del hombre (16,26-17,14); después, con orden inseguro, sigue una doble pista: Dios ve y retribuye maldad y honradez / Dios ve y perdona debilidad y pecado (17,15-23); de aquí la exhortación a convertirse pronto (17,24-29); termina con la comprensión y compasión divinas (17,30-18,14).
16,24-25 El exordio coloca la reflexión teológica en el terreno de la sabiduría; han quedado excluidos necios e insensatos. Si el autor echará mano a datos bíblicos, lo hará en su calidad de maestro: véase Sal 49,2-5. El tercer hemistiquio suena a la letra: "haré brotar con ponderación mi aliento"; como en otras ocasiones, el "aliento / espíritu" es paralelo y correlativo de la palabra, p. ej. Sal 33,6.
16,26-28 En el v. 26 se interrumpe el texto hebreo hasta 30,11; del intermedio tenemos en hebreo versos sueltos conservados en una antología. Cuatro versos sobre la creación de los astros, en un contexto universal. La referencia a los "dominios" parece aludir a los "dominios" de sol y luna según Gn 1,16 (en el texto griego). Según la concepción tradicional, las estrellas constituyen el "ejército" celeste, que obedece exactamente al Señor de los Ejércitos (Is 40,26), y conjuga admirablemente multitud con orden: compárese con Jl 2,7-8.
16,29-30 En paralelismo la población de la tierra en general. Su maravilla es ser habitable: Is 45,18 (los hebreos no conciben que haya habitantes en los astros). La población de la tierra es su plenitud, lo que la llena: Is 34,1; Sal 24,1; 89,12. Pero cuanto vive sobre la tierra retorna a ella al morir: cfr. Sal 90,3.Vida y muerte universales introducen el tema siguiente.

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